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jueves, 2 de diciembre de 2010

Jóvenes delincuentes

Hace muchos años atrás (quizás tenía 11 u 12 años) estaba regresando de una fiesta con Jossepi pues me iba a quedar a dormir en su casa. Salimos de la "Guay" (YMCA) de aquellas fiestas en donde toneábamos con música de The Offspring y Green Day y comenzamos a caminar por toda la Av. Bolívar hasta la casa de Pibe.
En el camino vimos a un chibolo (8 años mas o menos) muy bien vestido, con zapatillas blancas con cápsula de aire y ropita nueva o al menos bien cuidada y recuerdo que le comenté a Pibe:
- Pucha que también a ese chibolo en cualquier momento lo cuadran y lo dejan sin tabas...
La conversación quedó ahí y llegamos a la casa de Pibe y nos fuimos a dormir.

En el transcurso de la semana de lo único que hablábamos con Jossepi era de videojuegos y de los trucos y toda esa clase de cosas que solo un par de enfermos pueden hablar pero que nos daba espíritu y nos hacía olvidar de que tan aburridas eran las clases y lo pesado que era hacer tareas.

El siguiente fin de semana me fuí desde muy temprano a pasar todo el día en casa de Jossepi (obviamente sin avisar que iba a ir) y lo primero que hicimos fue ir al "vicio" más cercano, ahí estuvimos jugando Super Nintendo (SNES) al rededor de 1 1/2, no recuerdo que jugábamos, probablemente algún juego para 2 pues a nadie le gusta ver como juega el otro.
El tiempo pasó volando fue como si no hubieramos jugado nada, al cabo de 30 min ya no sabíamos como matar el tiempo el resto del día e hicimos lo que siempre hacíamos: Salíamos a caminar hechos unos huevones esperando a que alguna chibola nos haga el habla y quiera ser nuestra enamoradita. También solíamos pasar por casa de algún conocido para ver si nos lo encontrábamos y nos invitaba a jugar al "vicio"

A eso de la 1 pm después de haber almorzado y jugado mete gol tapa en la puerta de la casa de Pibe no teníamos que hacer, nos moríamos de ganas por ir al vicio a jugar no importaba si eran 10 min pero algo teníamos que hacer
- Mamá ¿tienes una quina? preguntó Pibe
- No molestes carambas todo el día me pides plata para jugar
En aquella época no llevábamos dinero en el bolsillo, lo único que tenía en mi buzo con la marca O'neil estampada en toda la pierna eran mis llaves y una que otra peluza.

De pronto entre tanto hueveo comenzamos a recordar la fiesta y recordamos a aquel chibolo bien vestido caminando solo a altas horas de la noche y nos pusimos a pensar:
- Oe ¿y si agarramos a un chibolo en la calle? dijo Pibe
- Ya pes pero tiene que ser velóz y sin roches, le dije
- ya con lo que le saquemos nos vamos al vicio ps won, dijo Pibe
- Pero ¿con qué lo vamos a cuadrar?
al no tener la menor idea de como asaltar a alguien decidimos de que usáramos lo que usáramos no debía dañar pero si asustar. Fuimos al tercer piso (a medio construir en esos tiempos) y en una caja de herramientas viejas encontramos el móvil para nuestro hurto: Un viejo y oxidado pelapapas.
Aquel pelapapas no tenía mango, solo era la punta, vieja y oxidada que probablemente ni cortar un pedazo de papel podría pero se veía amenazante aquel color marrón sobre el poco metal del artefacto. Primero tuvimos que hacerle un mango pues no queríamos cortarnos y que después nos llevaran al hospital para la vacuna contra el tétanos así que agarramos un pedazo de trapo viejo y lo amarramos a la base para que sea la empuñadura.
Luego teníamos que sonar convincentes así que planificamos el diálogo a usar contra nuestra futura víctima. Obviamente teníamos que usar una lisura fuerte y luego dos frases rápidas para que el atraco sea velóz. Pibe y yo estuvimos practicando lo que diríamos y como no sabíamos quien llevaría el pelapapas a veces él hacía de la víctima y luego yo (para que cualquiera de los dos este listo) al cabo de un par de horas de práctica decidimos que sería así:
Pibe por tener más fuerza cogería por detrás a la víctima con el pelapapas hincado suavemente la espalda, acto seguido me acercaría y con todo lo aprendido en las calles de Breña diría:
- Ya chibolo no te muevas y suelta todo lo que tengas
No queríamos robar tabas ni polos ni relojes sólo efectivo para así poder ir al vicio a jugar Super Nintendo.

Listos para la acción salimos a buscar víctimas, estábamos nerviosos pues sabíamos que lo que estábamos haciendo estaba mal, iba en contra de todo lo que nuestras familias nos habían enseñado pero nuestras ganas de jugar eran inmensas. Estábamos por la Av. Bolívar y vimos a un chibolo caminando solo y justo se metió en una calle vacía, Pibe y yo lo empezamos a seguir y cuando vimos que no había nadie íbamos a dar el golpe de pronto empezamos a acercarnos, cada vez más rápido, parecíamos ninjas nuestros pasos ni sonaban y cuando estábamos a escasos metros de aquel niño lo único que hicimos fue rebasarlo y seguir con nuestro camino.

Sabíamos que al final no podríamos hacerlo, nos sentamos en un parque a pensar en la idiotez que casi cometimos, aquel mocoso no tenía la culpa de que un par de huevones ludópatas quisieran enviciarse y sabíamos que no podíamos convertirnos en pirañas porque eso estaba mal. Decidimos volver a casa de Pibe a esperar que mi papá me recogiera, sin darnos cuenta nos percatamos que nos entretuvimos toda la tarde sin tocar un mando de nintendo planificando lo que probablemente fuera el acto de robo más cojudo en la historia pues con la cara de niñitos buenos que teníamos no la pegábamos de choros ni a patadas.

Aún recordamos esa historia (como otras más) y cada vez que vemos un pelapapas empezamos a carcajearnos los dos solos como idiotas.

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